Enrique Escobedo
La confianza se define como la creencia, por razones intuitivas o fundamentadas, en una persona o en una organización debido a valores compartidos ante determinadas situaciones o mediante la formalización de actos jurídicos.
La confianza es una construcción que abarca, por un lado, aspectos personales o íntimos y, por el otro, relaciones sociales e institucionales, así como elementos cuantitativos y cualitativos. En términos cualitativos expresa seguridad compartida que no se puede medir, por ejemplo, una relación de pareja. En términos cuantitativos se refiere a la medición numérica del grado de aceptación o rechazo de sistemas, mercados o partidos políticos por citar algunos ejemplos.
Los mexicanos, de acuerdo con las encuestas de confianza, somos más desconfiados que otras sociedades. No creemos, por ejemplo, en el gobierno, en las instituciones policiacas, en la prensa, en la Comisión de Arbitraje de fútbol y, en ocasiones, hasta de algunos familiares.
La confianza es total o no es confianza. En cambio, la desconfianza es gradual y oscilatoria. De hecho, la confianza es individual y social y lo mismo ocurre con la desconfianza. De ahí que ambas figuras son el resultado de generalizaciones de experiencias, así como de lo que se nos enseña en la familia y en la escuela. Que por cierto llegan a contradecirse.
Desconfiar de los políticos es históricamente lo usual en el mundo. Confiar en las instituciones públicas varía de país a país. No obstante, se encuentran casos en los que la sociedad confía en su presidente o primer ministro y, sin embargo, desconfía de su equipo de colaboradores, así como de las instituciones o de las políticas que su gobierno emprende. Se trata de una paradoja muy interesante. Veamos, las encuestas de aceptación del Presidente López Obrador nos dicen que es poco mayor a la mitad de los encuestados y que va a la baja.
Sin embargo, cuando vemos la más reciente publicación de la Encuesta Nacional sobre Confianza del Consumidor (ENCO), resultado del trabajo de colaboración entre el Banco de México y el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), con referencia a los meses de abril y mayo, lo que encontramos es una alta desconfianza a la conducción de la economía nacional.
Al respecto, la curva nos dice que en febrero del año pasado la confianza del consumidor hacia el gobierno era cercana a los 50 puntos y que en mayo de este año es de 31 puntos. No voy a entrar en tecnicismos, lo significativo es que el grado de aceptación al personaje se está desgranando en uno de los puntos más sensibles del pueblo: su bolsillo.
Es interesante observar que las encuestas de aceptación al primer mandatario y la del consumidor son diferentes, con sus respectivas metodologías y con objetivos propios. Pero ambas coinciden en que se está ensanchando la otrora cercanía y afinidad popular hacia el Titular del Poder Ejecutivo Federal. En otras palabras, la confianza en la conducción del gobierno se está cayendo. Son muchas las explicaciones: la crisis sanitaria asistencial, la caída de la economía, las reservas, por cierto, bien fundamentadas, de la inversión extranjera directa y la polarización del discurso maniqueísta, por citar algunos rubros.
Recuperar la confianza social es muy difícil para cualquier gobierno, pero esa es obligación. Lo que me sorprende es que, hasta el momento, no veo un cambio de rumbo y estrategia en las decisiones de política económica. De seguir con el discurso actual, la desconfianza se ensanchará y con ella sus secuelas de cinismo social, escepticismo hacia el futuro, falta de solidaridad entre los mexicanos y potenciales confrontaciones.