Enrique Escobedo

El concepto de cultura política tiene, al menos, tres acepciones. La primera se refiere al conocimiento memorístico de los nombres de los titulares de las dependencias y entidades de la Administración pública, así como de los gobernadores y los partidos políticos que los postularon o de los calendarios electorales. La segunda se refiere al conocimiento del sistema político, las razones que dieron origen al régimen de gobierno, su historia, sus procesos políticos, los factores del funcionamiento de los engranes y mecanismos de poder, las variables de operación cívicas, sociales, jurídicas y económicas en el análisis político. Es una acepción más compleja que la primera y demanda capacidad de análisis interpretativo y prospectivo. La tercera se refiere más bien a la cultura cívico-política que alude a la responsabilidad de los ciudadanos de ejercer sus deberes y obligaciones a fin de acudir a las urnas los días de elecciones, así como llevar una vida apegada a la normatividad jurídica de pagar impuestos, respetar las leyes y comportarse civilizadamente.

Las tres son importantes, complementarias y requieren educación. Son indispensables en la vida de las naciones si acaso aspiran al desarrollo, pues la cultura política también sirve para evaluar el desempaño de un gobierno. En las democracias actuales se vuelve indispensable, ya que la intención es que el voto popular sea con el propósito de ratificar al partido político en el poder o, en su caso, rectificar y darle la oportunidad a otro. Aún más, la cultura política democrática ensancha la participación social, crea ciudadanía, promueve la libertad entendida como la conciencia responsable de la necesidad y fomenta las políticas públicas en el espacio de convivencia entre el gobierno y la comunidad.

La cultura política es tal vez una de las aspiraciones más altas que los educadores, desde la antigua Atenas, soñaban y sueñan: seres humanos libres capaces de debatir los asuntos públicos en favor de la comunidad. Es decir, conocedores de lo que significa el ejercicio responsable y libre del poder. De ahí que paradójicamente, es común encontrar, en la historia de la humanidad, que quienes más se han opuesto a la cultura política han sido los políticos y grupos encumbrados. Por ejemplo, a los señores feudales, a la iglesia medieval y a los dictadores latinoamericanos que se opusieron a la educación, a la difusión cultural y a la teoría del conocimiento.

Hoy en día es imposible encontrar un gobierno sin ministerio o departamento o secretaría de educación. Sin embargo, es común encontrar también, que muchos gobiernos recurren maniobras para dosificar y enajenar a la población. De lo que se trata es que, en efecto, el pueblo sepa leer, escribir y ejecutar las operaciones aritméticas básicas, pero que no sea capaz de discernir o analizar la realidad y mucho menos fomentar y reproducir la cultura política. Para lo cual, la estrategia es distraer con circo, regalar despensas con políticas asistenciales-electorales, otorgar dispensas o bulas a los miembros del partido en el poder, desplegar cortinas de humo, señalar a los enemigos del pueblo, deslegitimar a la oposición, estigmatizar a quienes critican y, con todo el aparato del Estado, inducir el voto en una sola dirección.

La estrategia gubernamental actual recurre a algunos de los rubros aquí señalados y los adereza con el asambleísmo de mano alzada a fin de aclamar que se trata de cultura política. Lo cual, además de faltar a la verdad, pues sabemos que en muchos casos se trata de personas pagadas (maiceadas diría Porfirio Diaz), nos aleja de la cultura política aquí señalada.

Las variables de la cultura política tienen que ver con la confianza de la población hacia su gobierno, el bienestar colectivo, la exaltación de los valores de la democracia como la tolerancia, la inclusión y el pluralismo ideológico, el reconocimiento a las demandas y necesidades de minorías, como el movimiento feminista, el respeto a la oposición, la crítica hacia los errores de gestión administrativa y política y el crecimiento económico sustentable y sostenido.

Concluyo que en México se están confrontando dos visiones vinculadas con la cultura política, la que aquí he dejado por escrito y la que nos propone la actual gestión de seguir su proyecto ciegamente. Estoy tranquilo porque sé que al final imperará la idea del respeto plural en contra de la tiranía de maniqueísmo acultural.