Rafael Lulet / @Rafael.lulet
Más de seis mil quinientos muertos por COVID-19 a la fecha, dentro de ese número se encuentran los cientos de médicos quienes afrontan la pandemia con los precarios insumos otorgados por el gobierno federal, la curva prometida por el subsecretario de salud se encuentra aún muy lejos de la estabilización para determinar una “normalidad” prometida por el presidente que se ha sometido a un mandatario norteamericano a quien le urge culminar con la crisis financiera de ese país en vísperas de una elección electoral presionando desde el 18 de abril a muchos estados de la Unión Americana.
La economía y la ambición por el poder se encuentra por encima de la salud de los soberanos así el caso en Estados Unidos, pero México no es la excepción, la apertura es inevitable en un año electoral en el país vecino, sin importar las muertes que puedan sumarse a la cantidad ya de por si superada a lo esperado, pero como diría el ejército norteamericano en la guerra de Vietnam: “daños colaterales”, eso es lo que representan los 120 millones de mexicanos ante estos mandatarios.
Primero fue la presión de Trump a México para abrir la industria fronteriza muy a pesar del aumento de muertos por el COVID-19, del lado de Baja California y del punto opuesto en Texas, y es que los empresarios de ambos territorios se encuentran inquietos por empezar a producir ante las pérdidas económicas y de empleos generados en los dos países con mayor números de decesos en Estados Unidos, pero como diría Steffen Reiche, presidente ejecutivo de Volkswagen de México: “Necesitamos revisar la situación día a día para encontrar el punto adecuado para regresar”.
Por otro lado Puebla y Guanajuato son también parte de la cadena de producción de la industria automotriz una de las más perjudicadas por la pandemia, y de estas dos entidades mexicanas dependen fuertemente miles de personas, pero claro como lo manejan los principales directores de las diversas empresas del lado mexicano, que la última decisión la tomará el gobierno mexicano para la apertura, lo cual ya se consideró y planificó tomando en cuenta un panorama estimado, sin embargo el tiempo ya llegó al límite y no se tiene lo proyectado, pero a pesar de eso López Obrador aún continúa con sus expectativas de abrir no nada más la cadena de producción industrial si no la comercial así como la gran parte de las oficinas gubernamentales.
El TLCAN, es un factor importante de presión para la apertura, sobre todo cuando las exportaciones anuales entre ambos países equivalen a 400 billones de dólares ante una relación tan simbiótica en la cual apenas hace algunos meses México se había convertido en el principal socio comercial de los norteamericanos, sin embargo los Estados Unidos no solo quieren abrir unos cuantos sectores industriales, sino la gran mayoría entre ellos se mencionan: transporte, infraestructura, aeroespacial, defensa, farmacéutica, alimento, así como otros más.
El problema se complica porque en ambos lados, el COVID-19 no da tregua y sin una vacuna o tratamiento para contrarrestarlo será un gran riesgo para la población, eso es algo que le urge a Donald Trump, porque también de eso dependerá su relección, no solo estabilizar económicamente a su país sino el controlar la pandemia para evitar más muertes de sus connacionales antes del 3 de noviembre, porque esa factura se la harán válida en las urnas. Pero al final quien pierde aún más con todo esto es nuestro país, y peor con un presidente tibio y parlanchín ante las exigencias norteamericanas.