Enrique Escobedo 

Es común encontrar en los anales de la historia que, a reyes, emperadores, primeros ministros y presidentes la población les puso sobre nombres o apodos. Tal es el caso de “El manco de Celaya” a Álvaro Obregón o el “El turco” a Plutarco Elías Calles o “El nopal” a Pascual Ortiz Rubio. Más recientemente encontramos a Adolfo López “Paseos” en lugar de Mateos. No voy a extenderme en la lista. Baste con decir que un presidente mexicano se gana su sobre nombre por sus acciones, su físico o sus discursos. De ahí que el apodo al presidente López Obrador es producto de su discurso de toma de posesión en el cual le pareció gracioso decir “me canso ganso” El caso es que ese apodo lo va a perseguir durante el resto de su gestión y más, pues los caricaturistas lo dibujan emulando al ave que él pronunció. 

La lección es que los presidentes deben evitar metáforas o alegorías al nombrar animales o cosas, ya que las bromas, el sarcasmo y la ironía son una cualidad de la población y de ahí que los apodos puedan parecer tal vez irreverentes o muy graciosos. Pero el presidente fue quien se lo buscó. De ahí que ya no tiene remedio y llevará su sambenito el resto de su vida. 

Los chistes políticos y a los políticos son una manifestación muy importante de cohesión social y reflejan sociológicamente un estado de ánimo de la sociedad. Sobre todo, porque el común denominador de los chistes políticos es que son a personajes de poca confianza, que empeñan su palabra y no la cumplen, que son mentirosos y se aprovechan de todas las oportunidades para escalar y trepar en la escala burocrática.  

Es absurdo que un gobierno intente reprimir el chiste político, pues es una forma de comunicación verbal que, además de ser agradable, nos hace sonreír y reír. Por eso es común que vayan acompañados de los apodos a los políticos. Tal vez a algunas personas les parezca una falta de respeto e incluso les parezca irreverente llamar por su apodo al político. Esas personas no tienen sentido del humor y quieren tapar el sol con un dedo. Los sobre nombres a los políticos son parte de la cultura popular, pues ellos se lo ganaron. 

En efecto, hay una clara confrontación entre el ingenio popular y el poder político. Se trata de una dicotomía que sintetiza el sentir burlón de la sociedad y lo absurdo de la rigidez política, su protocolo agachón, las genuflexiones y respuestas tales como “son las horas que usted me diga jefe”. Es una muy antigua confrontación en la cual el chiste popular acaba por imponerse al político estirado y socarrón. Los valores y sentido del humor populares saben que la ironía y el sarcasmo son formas de escapar ante los retos y desafíos pesados que la vida nos presenta. 

En lo personal sonrío con las caricaturas que esos genios hacen de los políticos. Muchas de ellas me parecen geniales. También disfruto leer a mis colegas que se refieren al presidente mediante el apodo que él se ganó. Así pasarán a la historia y aunque hayan sido queridos y admirados como fuel el caso de Adolfo López Mateos o no tan reconocidos como el actual, se llevarán su apodo a la tumba. Me canso ganso.