Enrique Escobedo
El presidente de la República afirmó el pasado 22de septiembre que “Soy un poco obsesivo, no me gusta, en lo que considero fundamental, delegar mucho o estar nada más recibiendo informes. Hay un dicho que es muy bueno para estos casos: orden no supervisada, no sirve para nada. Entonces me corresponde a mi ver las obras”. La cita es interesante, pues en efecto, todos los primeros ministros o presidentes del mundo definen prioridades por motivos ideológicos, programáticos, estratégicos y coyunturales. Todos se ven obligados a delegar en su gabinete el ejercicio de funciones y sobre todo porque no se puede ser experto en todo.
Delegar funciones, que no atribuciones, es el principio de la división del trabajo y, consecuentemente, de la organización. El problema surge cuando no se delega porque las estructuras administrativas están mal alineadas, por falta de confianza en el equipo, por ineptitud de los colaboradores, pues la honradez no debe ser el único requisito de ocupar un cargo, o debido a que hay jefes que se rigen bajo la cuestionable idea de “que, si quieres que algo salga bien, hazlo tú mismo”; lo cual es funcional en muy raras ocasiones. Aún más, pensarse o suponerse indispensable es uno de los errores más comunes en la Administración pública.
Un político es una persona que, en lo general, busca el poder de todas las formas posibles, incluso sin anteponer los escrúpulos. De ahí la obsesión del licenciado López Obrador por alcanzar la titularidad del poder Ejecutivo Federal. También se comprende su obsesión discursiva en torno a sus temas de campaña, como la lucha contra la corrupción, disminuir la pobreza o atacar al conservadurismo. Aunque en los hechos no ha sido tan eficaz. Como sea, se aprecia su obsesión por algunos temas de los cuales le gusta hablar e incluso alardear.
La Administración Pública Federal tiene 19 secretarías de Estado, una Consejería Jurídica y poco más de 120 entidades paraestatales organizadas en sectores administrativos a fin de que el tramo de control y el trabajo presidencial se simplifique. A lo cual habría que agregar que un presidente de México tiene que atender o dar audiencia a 32 gobernadores y reuniones de gabinetes especializados.
Además de lo anterior, la agenda presidencial debe atender asuntos coyunturales ante desastres naturales, visitas de jefes de Estado y de gobierno y a representantes de los sectores privado y social. Habrá que agregar que también debe ser consistente y dar seguimiento a lo que el propio gobierno se comprometió en el Plan Nacional de Desarrollo 2019-2024 y sus programas sectoriales y especiales.
Ningún primer ministro o presidente en el mundo sabe acerca de todos los temas y por lo mismo se apoya en un gabinete o cuerpo de colaboradores que, por principio, debe estar integrado por personas capaces. Léase, conocedores de materias específicas y que con actitud profesional apliquen sus competencias con eficiencia y eficacia a fin de dar resultados y superar los retos. Por lo mismo, delegar es un acto de confianza y, en caso contrario, al centralizar las funciones, nos habla de desconfianza, falta de empatía hacia sus colaboradores y, peor aún, aplicar la errónea idea de que, si “deseo que algo salga bien, lo debo hacer personalmente”, pues nos habla de vanidad y de sentirse indispensable en el puesto; situación delicada y muy peligrosa en términos políticos.