Enrique Escobedo

Después de ver la fotografía del presidente Andrés Manuel López Obrador atascado en el lodo en un vehículo militar y de recibir decenas de chistes y comentarios haciendo mofa a esa situación tan grotesca, me pregunté acerca de los motivos por los cuales el presidente decidió viajar por tierra a Acapulco. Supongo que la decisión fue de él y también supongo que alguien le recomendó acudir en helicóptero, pero por alguna razón lo rechazó. Tal vez el primer mandatario quiso llegar en un jeep militar a fin de hacer valer la tesis de la austeridad republicana y la pobreza franciscana. Pudo ser que su decisión fue bajo el argumento de que “no se vale un pueblo pobre con gobierno rico”. Podría darse el caso de que supuso que si llegaba por tierra podría saludar desde el principio al pueblo bueno y sabio. Realmente no creo que lleguemos a saber los motivos de su decisión y no profeso sinceramente que sus argumentos sean brillantes.

Lo cierto es que el presidente toma las decisiones y su equipo de colaboradores le obedece con disciplina abyecta y servil. De ahí que deduzco que ese equipo poco opina y difícilmente se atreve a hacerle ver a su jefe las desventajas de sus decisiones. No lo estoy afirmando porque no tengo pruebas de que el tabasqueño no escucha y tampoco tengo la certeza de que nadie se atreve a hacerle ver otros puntos de vista. Pero son sospechas fundadas lo que aquí escribo y describo.

Por lo anterior queda de manifiesto que nuestro presidente actúa como si México fuese el país de un solo hombre y ya nadie se atreve a decirle la verdad o plantearle otros argumentos u opciones diferentes. Mi hipótesis, en efecto, puede estar débilmente fundamentada y por ende mi conclusión es falsa. Pero vuelvo a ver la fotografía y mi intuición me dice que el viaje del presidente a Acapulco por tierra fue una decisión personal y de ahí que él es el único responsable de las consecuencias.

Si el ejemplo es válido, podemos extrapolar y llevar a otros escenarios de las decisiones presidenciales y concluir que él decide sin consultar y mucho menos escuchar a su cuerpo de colaboradores. Él decide acerca de asuntos de Estado y también acerca de algo como el vehículo en el cual trasladarse.

La metáfora del todoterreno atascado en el fango es significativa debido a que el semblante del presidente es de llamar la atención, ya que refleja el rostro perdido de un personaje en algún lugar de Guerrero en el cual no hay puntos cardinales, ni viento, ni tiempo. Es el limbo de un gobierno extraviado en sus deplorables decisiones y en sus consecuentes atascamientos. Es cierto que las fotografías posteriores retratan al tabasqueño caminando rumbo a la zona del desastre con los zapatos y los pantalones enlodados. Se le ve solo, pues su equipo de colaboradores y los militares que lo acompañan guardan distancia respecto a la persona presidencial. Pareciera que nadie desea estar cerca de él en esos momentos bochornosos. Seguramente nadie estaba de humor y mucho menos el licenciado López Obrador.

Es cuando nos damos cuenta de la soledad que ya empieza a abrazar fríamente al presidente saliente. Lo vemos a la distancia y él lo sabe. Más cuando toma decisiones y caen en lo burlesco como es el caso de abordar un vehículo terrestre rumbo a una zona destrozada por un huracán que con el viento y la lluvia inundó los caminos y destrozó a la naturaleza. Fue la decisión de Andrés Manuel López Obrador y con ella se tropezó. No cabe duda, solito cae.