Judith Sánchez Reyes
Desde hace unos años he vivido – junto con los familiares del Hospital General de Zona en Tlatelolco – el duelo de la pérdida de sus pacientes. He sido testigo de escenas desgarradoras, de sobresaltos por los llantos que me han hecho de salir de la cama como resorte o que han roto la paz y tranquilidad de una tarde e, incluso, ver peleas entre familias que han terminado en el Ministerio Público.
Sobre la calle de Lerdo el bullicio constante de las personas, autos, sirenas de patrullas y ambulancias, sobre todo, en los horarios de visitas ha pasado a ser parte de mi cotidianeidad, tanto que en muchos casos, en las noches, a pesar de perderse en el sonido del silencio no perturba mi sueño.
Con el alboroto en la calle es imposible no asomarse a la venta y con el tiempo del mundo por el confinamiento más, por eso es que he podido darme cuenta de lo que sucede a las afueras del HGZ 27 del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS).
A pesar de la declaratoria de contingencia sanitaria por el virus SARS COV-2, reducido a COVID-19, la dinámica ha seguido su curso: las familias siguen apostándose a las afueras del nosocomio para visitar a sus enfermos internados. Los únicos días en que la calle se vio y se oyó despoblada fueron el viernes y jueves santos; algo muy inusual en comparación a otros años en donde, literal, había picnic amenizado hasta con mariachi.
En los últimos ocho días muy de mañana se observaban filas de personas en ambos lados de la puerta principal, lo cual es lógico pues al ser un hospital general los pacientes deben realizarse estudios clínicos para acudir a las citas con sus respectivos médicos tratantes, pero ignorando totalmente a Susana Distancia, minimizando las consecuencias de esta pandemia sea por omisión, ignorancia, descarto, incredulidad, en fin, ya ustedes personalicen el calificativo.
El sábado 18 de abril por la tarde se dio la primera inconformidad de parte de los familiares de los pacientes internados, quienes exigían les dieran información sobre su estado de salud; ese día sólo quedó en gritos. Pero el domingo 19 de abril al medio día las cosas subieron de tono, los familiares seguían pidiendo el reporte médico, así como el acceso para ver a sus enfermos, el cual fue negado desde el sábado por las autoridades sanitarias del propio hospital bajo el argumento de evitar contagios, pues ahí además de atender a pacientes con enfermedades diversas en el primer piso ya cuenta con un área especial para pacientes con COVID-19.
Comenzaron los gritos y los insultos hacia el personal de seguridad del hospital como para aquellos médicos que salieron a tratar de dar una justificación, los elementos de la Policía Federal que están de guardia desde hace días estuvieron expectantes, en minutos arribaron varias patrullas de la policía capitalina para tratar de calmar los ánimos. Aunque no se dio un enfrentamiento como tal la situación se tornó muy tensa.
En este percance había más o menos 50 personas, nadie tomaba precauciones, por lo que tuvieron que hacer presencia las patrullas de tránsito y poner el altavoz con el ya conocido mensaje de #QuédateEnCasa, poco a poco todo volvió a la normalidad, las personas se dispersaron y la calle quedo solitaria.
Llegó la tarde y con ella nuevamente los reclamos de las familias que, a falta de respuestas a sus preguntas y exigencias, dieron el famoso “portazo” con el que aproximadamente una veintena de personas entraron al área de internamiento, otros decidieron mantenerse al margen.
Ante esta situación un grupo de médicos en turno salieron al patio central para dar el reporte a cada familiar responsable, el cual de acuerdo a declaraciones fue escueto, no aportaba mayor detalle sobre la evolución de sus pacientes, pero logró contener en poco su angustia.
En ese lapso vi desde la ventana partir una carroza blanca, que fue rodeada por un grupo de personas que aplaudían y echaban porras, decían un nombre pero no era muy audible, después vinieron los sollozos, los abrazos y subieron a varios autos que conformaron el cortejo fúnebre.
Horas después nuevamente el llanto doliente de una mujer turbaron la mediana tranquilidad de la noche, alrededor de ella más de veinte personas comenzaron a abrazarse. Desconozco si estos decesos están relacionados con el virus. En esta escena se veían niños pequeños y sólo cuatro adultos tenían cubreboca.
En el transcurso del día de ayer, lunes 21 de abril, la presencia de personas a las afueras del nosocomio fue poco, las visitas al piso dos de Cirugía General, donde se encuentran los enfermos de padecimientos diferentes al COVID-19, comenzaron a darse de manera ordenada, paulatina y escalonada. No hubo empujones, gritos, palabras altisonantes, llantos ni niños corriendo, sólo incertidumbre y pesadez, como siempre la hay alrededor de un hospital.
En esta narrativa no hay frases textuales porque respeté la sana distancia en dos sentidos: el dolor de los deudos y el no poner en riesgo la integridad de quien comparte estas líneas y, es que en este momento tampoco se trata de tener exclusivas a costa de todo: mi seguridad, la de mi familia y la de mis vecinos.
Durante este fin de semana palpé como el COVID-19 ha venido a trastocar nuestra rutina, como ha rebasado el servicio en los sanatorios capitalinos de por sí ya colapsados, como los sentimientos se han magnificado en todos y cada uno de nosotros…todo esto desde mi ventana.