• Ante un gobierno inepto que miente, oculta y persigue crecen desaliento y la tragedia

Miguel A. Rocha Valencia

Ante el trágico escenario de 105 mil muertos por Covid-19, diez mil contagios en promedio diario que nos coloca en el número 53 de 53 países evaluados en cuanto al manejo de la pandemia, 65 mil asesinatos, economía hundida en un déficit del 8.5 por ciento con posible recuperación de entre tres a ocho años, México se convierte en uno de los peores lugares para vivir o invertir.

México es el peor país para ejercer el periodismo, no sólo porque son asesinados sino también, perseguidos y satanizados desde lo más alto del púlpito del poder con expresiones agresivas, ofensivas y lapidarias como “al servicio de la mafia en el poder”, o a medios de información calificarlos de “pasquines inmundos”.

Pero además las políticas públicas fallidas del profeta de Palacio Nacional, que generan desconfianza a la inversión e incertidumbre en la salud y seguridad, tratan de ocultar su fracaso en el escándalo de tiempos pasados y en una corrupción que, en otros, está por probarse pero que en los de la Cuarta, es manifiesta, ofensiva y perdonada por el caudillo tabasqueño.

Ahí están las pruebas contra hermanos, cuñadas, hijos, nueras, cercanos y hasta reconocida por el mesías tropical, cuyo plumaje no se mancha porque ya estaba sucio con el dinero recibido a lo largo de tantos años de campaña, incluso llegado del exterior para financiar un proyecto que en México, seguramente no prosperará por la vocación democrática de un pueblo que se rebela contra la tiranía y el autoritarismo.

Ahí está el 78 por ciento de los contratos que se entregan de manera directa sin licitación, los programas clientelares que son inauditables, la corrupción de los súper delegados que usan para beneficio propio y políticos.

De la inseguridad, no sólo están las decenas de miles de ejecutados y los cientos de miles de víctimas de las drogas, el secuestro, pago de piso o tráfico de personas, sino a contrapelo, una Guardia Nacional que sólo ha servido para dar más poder a los militares y perseguir a migrantes, además de convertirse en una seria amenaza a las libertades ciudadanas, como el libre tránsito.

Claro, para el mesías tropical eso no existe, para él, México es un país “feliz, feliz”, pero que se hunde en las desigualdades y confrontaciones que él mismo propicia todos los días desde Palacio Nacional, donde acusa a los que se fueron de sus incapacidades incluso para rectificar o aceptar errores.

Y con todo eso, habrá de presumirnos el tlatoani olmeca que sus “grandes obras” plagadas ya de corrupción: refinería, tren y aeropuerto, así como los programas clientelares, serán la panacea para superar una crisis económica que gravita en inseguridad cotidiana por la pérdida de empleo y poder adquisitivo propiciando la delincuencia común.

A cambio, chantajea, ofende y desdeña a la inversión privada, le endilga su calificativo favorito “corruptos”, les niega auxilio, les cancela obras. y hasta opciones del outsourcing que el mismo gobierno practica con cerca de 400 mil empleados.

Políticas todas ellas, que desde el “entierro democrático” del Aeropuerto Internacional de Texcoco (NAIM), trajo la contracción de la inversión nacional y extranjera, propiciando inestabilidad, falta de gasto en obra pública y privada, fuga de capitales, liquidación de bonos gubernamentales y la negativa para traer dinero de fuera.

Y como si eso no fuera suficiente, mientras que personeros de la Cuarta como el secretario de Hacienda Arturo Herrera, el jefe de la Oficina de la Presidencia, Alfonso Romo o el coordinador de Morena en el Senado, Ricardo Monreal Ávila, insisten en que sin el sector privado México tardará mucho más en su recuperación y que necesitan de su inversión para que el país crezca, el caudillo los rechaza y les aplica la nueva estocada con su negativa al outsourcing, que el mismo gobierno ejerce en seguridad, limpieza y servicios.

De la pandemia, qué más se puede decir más allá de la mala gestión de la misma que redunda en “honrosos” últimos lugares que el profeta desestima porque “el pueblo ni se entera”, un catastrófico número de muertos y contagiados, la evidente preferencia del gobierno por una vacuna que ahora cobra tintes electorales y la alerta en Estados Unidos para que sus ciudadanos no visiten México.

Pero eso no es lo más grave. Lo peor es tener un gobierno que no entiende, no atina y no está dispuesto a rectificar. Lo demencial es que constitucionalmente le quedan cuatro años para continuar destruyendo al país; quienes sobrevivan a la Cuarta, tendrán un duro camino a la recuperación y claro, lo institucional, es harina de otro costal porque no está dejando piedra sobre piedra.