• López no actúa como presidente sino cual rufián callejero, pelea con todos

Miguel A. Rocha Valencia

La petición o sugerencia de que el tlatoani de Palacio Nacional se sujete a un examen mental tiene fundamento en que todos los días profiere mentiras, amenazas, se pelea con todos y hasta a los de casa que se atreven a contradecirlo se les va encima, como recientemente ocurrió con los exsecretarios de Medio Ambiente y de Comunicaciones y Transportes, así como el hoy ex titular del Instituto para Devolver al Pueblo lo Robado, su ex amigo, Jaime Cárdenas.

Se lanzó una vez más contra periodistas, activistas sociales y hasta con quien encabeza al sindicato empresarial, Gustavo de Hoyos, obligando a la dura respuesta de los aludidos que se declararon puestos a dirimir diferencias con quien debería ser la encarnación de la unidad nacional.

No creo que sea estrategia del tabasqueño pues siempre he dudado que López Obrador tenga las capacidades que algunos le atribuyen, pero a cambio se le reconoce su incapacidad para escuchar, la facilidad con que se enoja, pero sobre todo el espíritu mesiánico que le hace creer que es la verdad andando.

Sólo él tiene la razón y quien diga lo contrario está equivocado, es su enemigo, traidor y corrupto. Agregaríamos los epítetos: conservador, neoliberal y fifí. Pero lo peor de todo es que no mide palabras, ofensas ni condenas. Arrasa parejo porque desde joven se lo permitieron y caminó más de 40 años en medio de la impunidad que le dio el PRI y después, “tirador social”.

Pero desde la misma escuela, como está demostrado, no tuvo capacidades ni el IQ necesarios para administrar la cosa pública. Por eso en esas actividades muestra mediocridad y envidia a los brillantes, por no decir que los odia.

Su incapacidad y perversión, no le dan para más, es un resentido con sed de venganza contra quienes considera que son mejores que él tanto en lo intelectual como en el desempeño social o profesional.

Por eso a López le interesa el poder para hacer lo que quiera; desde esa posición, agrede a todos sintiéndose intocable, aunque claro, poco a poco se le toma la medida y hay quienes se atreven no sólo a contestarle desde afuera, sino desde sus propias filas morenas y gabinete surgen voces con un dejo de vergüenza y si no son escuchados por el caudillo, prefieren escapar aunque con el temor de que los alcance y los crucifique como hace con muchos desde el púlpito instalado en las mañaneras.

No buscó ser presidente para gobernar, sino para saciar sus frustraciones, desquitarse de quienes lo vieron siempre como lo que es, muy poca cosa para gobernar. Nos recuerda a Peña Nieto quien afirman tenía como prioridad el sexo, el robo y la venganza, el país fue cosa secundaria.

Y en ese esquema que se torna más contestatario y no mide estaturas porque es el propio titular del Ejecutivo quien rebaja la investidura, surgen voces que le dicen que está mal, ya no sólo desde los medios y periodistas como Pedro Feriz, sino también, luchadores sociales como los que hoy están en el Zócalo exigiendo su renuncia o las mujeres menospreciadas en su tragedia feminicida o los padres de niños con cáncer o empresarios como Gustavo de Hoyos que lo desafía y le exige que ponga día, hora y temas para verlo en Palacio, no como vasallo sino como un mexicano que plantea soluciones empresariales ante el desastre económico que vivimos.

Pero como el peje carece de estatura para el diálogo o el debate, lo mismo que sus lacayos del Congreso federal y el de la Ciudad de México, rehúye y se esconde en el poder, ese que quería para él, no para servir al país. Por eso el autoritarismo.